Lo que pasó aquel día fue realmente extraordinario. Me encontré, paseando
por mi calle, un perro muerto en el suelo. Estaba tumbado boca abajo. De manera
que no le vi la cara. De pie, a su lado, estaba Paco, mi vecino. Me dijo que
desde su balcón había visto al perro allí tumbado y había bajado para ver que
pasaba.
Llamamos rápidamente a protección de animales. Cuando llegaron, preguntaron
de quién era el perro. Nadie lo sabía. Ni Paco ni yo lo habíamos visto nunca.
En torno nuestro y del perro, se fueron acercando más y más gente. Todos se
preguntaban qué había pasado.
Una niña vio, al fondo de la calle, unos cuantos bultitos dentro de una
caja pequeña de cartón. Arrastró a su padre hacia allí y vieron que eran seis
cachorros de perro parecidos al perro muerto.
Los de protección de animales se los llevaron para examinarlos y revisar si
estaban bien de salud. Al poco se descubrió que el perro muerto en realidad era
una perra joven y que era la madre de aquellos cachorritos. Y que había muerto
de un ataque al corazón.
Los cachorros fueron dados en
adopción. Yo me quedé uno, Paco también cogió uno y la familia de la niñita se
quedó con dos. Los otros dos fueron llevados a un orfanato, para que los niños
huérfanos pudieran jugar con ellos. Por cierto, el mio se llama Toby.
Èlia Barnola Vitali con ayuda de la clase de Segundo de ESO c